Barbuda ha permanecido durante mucho tiempo aislada del turismo de masas. Allí la tierra es de propiedad colectiva, no se puede comprar ni vender. Pero las playas de arena blanca y las aguas turquesas de la isla atraen a inversionistas extranjeros, quienes ambicionan construir hoteles para turistas adinerados. Desde 2017, el Gobierno de Antigua y Barbuda ha tratado de cambiar la ley para introducir la propiedad privada, a pesar del rechazo de la comunidad.