El pasado 23 de febrero, el líder de la oposición en Venezuela, Juan Guaidó, hizo un llamado a los militares para que retiraran su respaldo al presidente Nicolás Maduro. Cientos de ellos lo siguieron, pero hoy denuncian que se sienten engañados y decepcionados.
Cuando baja la temperatura en Cúcuta, Norte de Santander, ciudad del noroeste de Colombia que limita con Venezuela, Johan Altuve sale con su esposa y su hija a jugar en el parque frente al hotel donde vive su encierro. Fue sargento primero de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y todavía, tres meses después, se presenta con su cargo militar. Dejó su país para responder el llamado del líder de la oposición, Juan Guaidó, y ahora se siente traicionado.
“Me siento utilizado para ganar fama de unos políticos que hasta la fecha no han hecho nada por nosotros” dice desde un hotel central de la ciudad colombiana, que se ha convertido en el símbolo de la crisis migratoria.
Según cifras oficiales más de 1.500 militares desertaron tras el llamado del líder de la oposición, respaldado estrechamente por los gobiernos de EE. UU. y Colombia, en un evento multitudinario que atrajo la atención del mundo. Cuando cruzaron la frontera fueron aplaudidos. Ahora se sienten olvidados.
“No le he visto la cara a Guaidó. Ni le he visto la cara a quienes ellos mandaban acá para apoyarnos” Como Altuve, centenares de militares esperan una respuesta que no llega. Los convocaron para liberar a su país, pero cada día el apoyo es menor. “No estoy aquí para estar comiendo, durmiendo, mientras allá en Venezuela pasa hambre mi familia, la familia de muchos venezolanos”.
Les dijeron a los militares venezolanos que debían sumarse “al lado correcto de la historia”, pero hoy viven en la incertidumbre
En su momento, tanto el presidente de Colombia, Iván Duque, como Juan Guaidó, les dijeron a los militares que debían sumarse “al lado correcto de la historia”. Ahora deben decidir entre aceptar una ayuda por 80 dólares por tres meses para el arriendo o 100 dólares para seguir su tránsito hacia otro país.
El sargento Jackson Nieto estuvo 18 años en el Ejército venezolano y llegó a ser miembro de las fuerzas especiales. Desde un hotel en Villa del Rosario, a unos metros de su país, le dijo a FRANCE 24: “eso fue lo que valieron 18 años de servicio, eso es lo que vale: $250.000 pesos o $400.000 pesos”.
Su decepción se suma a un mayor riesgo. Cúcuta es el escenario de disputa de varios grupos armados ilegales, especialmente paramilitares colombianos y bandas delincuenciales venezolanas. Al otro lado de la frontera, los colectivos paraestatales del chavismo no pierden de vista a los que consideran traidores.
Las bandas criminales colombianas les están ofreciendo salarios de 1 millón y medio a 2 millones de pesos por reclutarlos
El padre Sergio Sanmiguel que es un referente en la ciudad de defensa de los derechos de los migrantes, denuncia que los paramilitares rondan a los soldados venezolanos encerrados en los hoteles.
“Están ofreciendo salarios de 1 millón y medio y 2 millones y medio porque estamos hablando de personal militar que sabe manejar armamento”, dice el sacerdote. Cúcuta es una de las 50 ciudades más violentas del mundo, según la organización civil mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública.
El sargento Nieto confirma esas acusaciones, dice que ha oído de hombres suyos los cantos de sirena de los reclutadores de los grupos armados colombianos.
El padre dice además que los soldados fueron mal informados cuando los convocaron a dejar la fuerza. Además, cree que estos centenares de hombres fueron víctimas de manoseo social. “Ellos venían convencidos de que acá se iban a rearmar, a entrenar para una operación militar en su país, pero lo que no les comentaron es que apenas cruzaron la frontera ellos iban a perder su fuero militar y pasaban a ser refugiados”.
La mayoría de los desertores esperan en hoteles que no saben quiénes les está pagando. Tienen asistencia de la agencia de refugiados de la ONU, ACNUR. Pero se resisten a convertirse en un migrante más y tampoco pueden volver a su país. Javier Pérez, un soldado de 21 años y con una hija de brazos, dice que cambiaron algo seguro para pasar a algo inseguro. “No era mucho, pero sí teníamos algo como para llegar aquí a ser una persona prácticamente humillada”
Lo peor es que, de regresar, deberán enfrentar una pena de hasta 25 años de prisión por traición a la patria, en el mejor de los casos, o la retaliación de los colectivos chavistas. A una familiar cercana de Pérez, la atacaron cuando se enteraron de su deserción.
El Ejército de Venezuela es el principal soporte del presidente Nicolás Maduro en el poder. La estrategia de la oposición ha sido diezmar ese respaldo, pero el espejo del drama de los desertores venezolanos en Cúcuta, sin trabajo, en la pobreza y con sus familias en la incertidumbre, puede estar por sepultar esa estrategia.
France 24 estuvo con los militares que respondieron al llamado de Guaidó y ahora viven en un limbo en una ciudad que es el epicentro de la crisis migratoria.